Día 6, Sábado, 2 de Diciembre de 2017.
Estos días de caza, como el que os voy a contar, gustan, son más festivos que cinegéticos, es el momento de hacer chascarrillos, de reírnos y de pasar un rato divertido. Cuando en la jornada cinegética se juntan los nombres de Manolo, Juan, Máximo y Daniel, la diversión está asegurada, haya caza o no.
Antes de salir al campo preparamos todos los bártulos necesarios. Cogemos los hurones, las redes, los sacos y las escopetas. Hoy van dos escopetas, mi tío y mi padre y dos morraleros, Juan y yo. Me encanta ir de morralero con el hurón, más pendiente del trabajo propio del bicho que de los conejos que salen.
La mañana era dura, un poco de niebla al principio y mucho frío. Nos abrigamos bien y fuimos con el todoterreno hacia el campo. Durante el camino fuimos debatiendo dónde empezar a cazar, la verdad es que la población de conejos ha menguado muchísimo desde los primeros años que empezamos a cazar con hurón, hará ya ocho ó nueve años. Todavía recuerdo el primer día que fuimos a bichar con el hurón, cogimos unos cuántos conejos en apenas cuatro bocas que miramos, impresionante. Mi padre y mi tío decidieron las zonas donde íbamos a mirar y fuimos hacia allí. Cogí el tubo donde llevamos a nuestra hurona, los sacos y las redes por si acaso. Siempre es más bonito bichar con la escopeta, das oportunidad de lance al conejo y pruebas tus habilidades, pero hay ocasiones que hay que bichar con red, debido a las condiciones climatológicas y ya sabemos que si no se descasta a los conejos, los agricultores sufren daños importantes en sus cultivos y no podemos olvidar que somos cazadores y que nuestra tarea es el control de las especies.
Mientra llegábamos a la boca fui hablando con mi hurona, me encanta, porque parece que me escucha. Me respeta, nos respetamos. Las bocas conejeras que íbamos a mirar tenían muy buena pinta, de hecho, no sería la primera vez que nos dan una alegría. Estaban muy sobadas, recientes. En este vivar hay cinco bocas, tres de ellas juntas y dos un poco más alejadas. Mientras mi padre, Juan y Manolo se colocaban arriba a esperar yo analizaba la boca por la que meter a la bichina, por el momento decidimos meter a Jacinta, ya que está más curtida y no nos hace esperar, si hay conejo entra sin demoras, si no hay, sale sin problemas y a otro menester. Así da gusto. Me recuerda muchísimo al primer hurón que tuvimos, Heiko se llamaba, cómo mi perro, le puse ese nombre en honor al hurón y que hurón, madre mía. Era una cosa bárbara, un bicho de trofeo, ágil y astuto, se las sabía todas. Empezamos a cazar con él hará ocho o nueve años, como he dicho al inicio, y nos acompañó durante cinco años, se podría decir que aprendimos con él. Todavía recuerdo, pues lo tengo grabado a fuego en esas memorias imborrables que tu mente crea, de lances vibrantes e insólitos que nos ocurren a los cazadores en el campo, una fría mañana, salimos como de costumbre con Heiko a bichar, lo metimos en una boca, en principio muy sencilla, una boca y un botadero detrás. Parecía un trabajo sencillo, para nosotros y para Heiko. Solté al hurón para que se metiera en la boca y mientras mi padre esperaba arriba, era una época en la que había conejo en casi todas las bocas que mirábamos y esta estaba sobadísima. Nada mas meter al hurón ya empezamos a escuchar pataleo debajo, mi padre se puso en alerta. Heiko iba aprendiendo a cazar y se estaba volviendo un buen estratega y los conejos se las deseaban cada vez más para escapar de sus garras. Empezaba a correr el tiempo y ahí no se oía nada hasta que de pronto un nuevo pataleo y varios chillidos. Nos miramos y sabíamos que Heiko había capturado el conejo dentro de la hura. La sorpresa vendría unos instantes después, cuando nos asomamos a la boca y vimos como Heiko arrastraba al conejo, sin vida, fuera de la madriguera. Impresionante. Mi padre se apresuró a meter la mano y cogió el conejo, bueno sacó a conejo y hurón que no quería soltar su preciado botín. Así era Heiko, en la memoria le tengo y le tendré para siempre. Jacinta, va por el mismo camino, tiene una planta impresionante y nobleza digna de las mejores casas. A mi me gusta decir que hace una caza sigilosa, es mucho más fina que Heiko y te pone carita de buena, pobres conejos. Cuántos buenos recuerdos, pero volvamos al día de hoy, que el cazador siempre es un cazador de nostalgia y hay que vivir en el presente, que tiene muchas y muy buenas cosas que brindarnos, por muchos años y aunque muchos se empeñen en hacer desaparecer la caza, jamás lo conseguirán, porque hasta ellos mismos saben lo necesaria que es.
Como iba diciendo, metí a la hurona en las bocas que íbamos a mirar, de momento solo metimos a Jacinta y quedamos a la espera de lo que pudiera haber. Llevábamos otros tres hurones, dos de nuestro amigo Juan y otro de mi tío. Cuando estábamos parados, el frío te entraba por todas las rendijas de la ropa que llevábamos. La hurona salió rápido de la boca, «aquí no hay nada», pensé. Recogimos los bártulos y fuimos a unas bocas que hay cercanas. Esta vez decidimos meter a uno de los hurones de Juan junto con el de mi tío. Colocamos las redes, ya que es difícil tirar a los conejos en la zona donde nos encontrábamos. Los escopeteros esperaban encima de las bocas, en vistas de que algún conejo se zafara de la red, pues no es la primera vez que pasa. Se empezaba a oir los primeros correcalles de la mañana, ese pataleo debajo de tus pies que te pone en alerta. Tarde o temprano el conejo saldrá, pero está vez no fue tan fácil. Los conejos aprenden y saben lo que fuera les espera y prefieren bregar con los bichos dentro de la madriguera antes que salir. En vistas de que ese conejo no salía, decidimos meter a mi hurona para moverle, siempre valorando los riesgos que entraña esta operación, ya que las posibilidades aumentan de que el conejo muera dentro, por eso, con maña, hay que recoger al hurón que va asomando para reducir este factor.
A los cinco minutos de meter la hurona el conejo intentó escapar por la boca hacia una ladera que había enfrente, pero se topó con la red que habíamos colocado. Era el primer conejo del día. Mi padre y mi tío fueron a revisar unas bocas que había entre unos romeros un poco más arriba, Juan y yo nos quedamos en una boca que tenía muy buena pinta. Metimos los hurones de Juan pero de allí no salió nada, metimos un hurón más pero no hubo manera, no había nada.
Desde abajo veíamos como mi tío se metía entre los romeros buscando una boca para meter a los bichos. Desde abajo Juan y yo empezamos con las bromas. Veíamos entre las carrascas como mi padre y mi tío buscaban una boca en condiciones. Cuando salieron los hurones los cogimos y subimos hacia arriba.
No nos gustaba la pinta que tenía el terreno para bichar, no se veía movimiento y decidimos subir más arriba. El tiempo cada vez iba a peor y el aire nos empezaba a congelar la cara y las manos. Vimos un par de bocas que nos gustaron para meter los hurones y decidimos hacerlo, sin demora bajé sigilosamente a la boca y metí uno de los bichos de Juan, al subir y quedarme parado a la espera empecé a percibir cada ráfaga de viento, como un puñal de hielo que se hincaba en mi cara, agarré fuerte mi gorro de lana y agité mi cuerpo buscando una pizca de calor que hiciera entonarme en la mañana. Estaba observando a mi tío cuando en un instante se encaró la escopeta y abrió fuego. Patas arriba cayó el conejo un poco más adelante de donde nos encontrábamos, el bicho de Juan se había portado bien. De repente empezamos a vislumbrar como caían los primeros copos de nieve, una vista preciosa que no desaproveché para sacar alguna que otra foto.
Decidimos meter otro hurón en la boca en vistas de que pudiera haber más, lo metí por un botadero que había un poco mas arriba. Entre mi padre y una carrasca grande que nos separaba la mano. Al poco de meter el hurón otro conejo salió como alma que lleva el diablo, oí un disparo doble, habían disparado las dos escopetas casi a la vez. Otro que teníamos en el morral en apenas un rato de campo.
Esperamos, sin esperanza de que fuera a salir algún otro conejo. La espera se hacía larga, debido a los copos que caían y al frío que nos helaba, pero sobretodo a la tranqulidad de los hurones para salir, pero los huroneros sabemos que esto es algo que conlleva la caza con hurón. Una excusa más para llevarnos el bicho al campo y enseñarlo que aunque no lo parezca los hurones aprenden, vaya si aprenden.
-«Habrá que pensar en recoger», dijo Juan.
-«Pues sí, que hace mucho frío ya», respondí yo mientras recogía los hurones que ya habían salido de las bocas.
-«Vamos a almorzar a la bodega y a poner un poco de lumbre», comentó mi tío mientras se frotaba las manos para hacerlas entrar en calor.
Recogimos los bártulos y nos fuimos hacia el coche, comentando un poco el día de hoy. Había sido corto y apenas habíamos podido capturar unos pocos conejos. El tiempo no acompañó, pero la caza es así, no hay caza sin sufrimiento, sin lucha, sin valentía. Se demuestra cada día que te cuelgas la escopeta al hombro, cada vez que te calas en esos días en los que jarrea agua como si no hubiera mañana, en esos días que te levantas con cinco grados bajo cero, en esos días, en los que el viento helado te golpea la cara y te hiela las manos y de pronto, estás en medio del monte, empapado, helado y agotado por el esfuerzo, pero con una sonrisa en la cara, el perro a tu lado y la escopeta al hombro, eso es la caza.