29 de Octubre de 2017

Día 1, Domingo, 29 de Octubre de 2017.

     Cuánto tiempo sin salir al campo. No se quién lo deseaba más, si mi perro Heiko o yo.

La mañana era de esas que engañan, no sabía si ponerme el polar y abrigarme un poco. El Lorenzo salía con fuerza, pero ya sabemos como es la meseta Castellana. Ese aire capaz de congelar a las almas más calientes…

Finalmente decidí abrigarme bien, me puse la escopeta al hombro y salí a lo que iba a ser «Dar una vueltecita para ver el campo», y así fue, tal cual. En este primer domingo de la general, en mi coto, sólo se permite la caza del conejo, las patirrojas descansarían un fin de semana más. Esas pobres bravías que siempre, desde que no han nacido aún y están en el huevo, tienen que protegerse de agresivos depredadores, este domingo no se verían alteradas por las escopetas que tanto las ansían.

Salí a las 9 de la mañana de casa, a paso tranquilo, mirando entre las hierbas de los primeros entraderos. A lo lejos observé, cómo cuatro conejos descansaban tranquilamente en la boca de sus madrigueras, harto imposible ir por ellos, pensé y en cuanto me vieron se escondieron es sus huras como una exhalación.

Con la mirada fija en esos conejos y pensando que los podría haber entrado de otra manera, de repente, un conejo salió de entre los romeros, pum, pum, nada. El conejo se fue sin más, acababa de fallar mis primeros tiros de la mañana.

A eso de las 9:30 o 9:45 di la vuelta a unas zarzas en las cuáles se oía movimiento. El perro por arriba, yo por abajo. Heiko hizo muy bien su labor y me sacó tres preciosos conejos hacia el barbecho por el que yo caminaba. Serían 2-3 segundos de indecisión que me hicieron perder de vista al primer conejo, el que iba segundo se metió rapidísimo en una boca, y el tercero… ¡ay, el tercero! Se me quedó mirando como un pasmarote, conejo joven… Sus dos o tres segundos de indecisión contrarrestaron con los míos y al primer tiro le acerté de lleno. Heiko cobró la pieza y me lo entregó, dejándolo en el suelo a mi lado, con pasmoso cuidado. ¡Muy bien Heiko, muy bien! Le acaricié y seguí con mi cometido. Bendito perro, fui pensando a la vez que andaba, no es un gran cazador, no tiene grandes vientos y no es un gran cobrador, pero su compañía es perfecta, una simbiosis que nos hace disfrutar a ambos, seguro que él piensa lo mismo de mi… No es un gran cazador, falla como una escopeta de ferias, pero en fin.

Ya habíamos dado una vueltecita por el campo y decidí ir poco a poco hacia casa, ya tenía un conejito para comer el domingo, junto mi primo y unos amigos que saben apreciar como nadie el particular sabor de la carne de caza, algo, que aunque no sean cazadores, respetan y admiran.

Serían las 10:15 de la mañana cuando andando entre unas carrascas, un conejo despistado se dejó asomar, pum, pum. Al segundo tiro cayó, yo no lo vi, pero sabía que era percha, estaba convencido. Heiko rastreó sin encontrarle, hasta que en un hálito de vida, el conejo se descubrió y le metí al morral. Saqué la siguiente foto con el máximo respeto hacia el animal abatido y he de decir que cuando me quité el chaleco y deje la escopeta en el suelo, un conejo, listo, muy listo, como si supiera el momento idóneo para salir corriendo, así lo hizo, no pudiendo yo hacer nada más que observar su preciosa zancada…

Fue entonces cuando decidí irme a casa a esperar a mi maestro en este noble arte, mi padre, él estaba cazando las patirrojas en el coto colindante. Fui a casa tranquilo, por si salía algún otro conejo, pero no hubo suerte.

Para mí, la mañana fue perfecta, que ganas de repetir, pero esta vez con nuestras bravías perdices.


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