12 de Noviembre de 2017

Día 3, Domingo, 12 de Noviembre de 2017.

     Comenzaba este nublado domingo con euforia, el día anterior, había sido uno de los mejores días de caza que he vivido. Hoy tocaba sacar a la bichina, así es como nos gusta llamar a nuestra hurona, mi padre y yo. La hurona no tiene un nombre definido, pero mi padre suele llamarla Jacinta. Un nombre curioso, sin duda. La caza con hurón, se permite en uno de los cotos de mis dos pueblos, del cuál yo no soy socio, pero siempre voy de morralero con mi padre y mi tío.

Curiosa historia esta de los cotos. Mis dos pueblos distan el uno del otro tres kilómetros y los cotos son colindantes. Cuándo yo me saqué la licencia de armas, mi madre me dijo que eligiera sólo uno de los cotos. Mi padre caza en ambos, yo no tenía más o menos razones para elegir uno u otro y lo eché a suertes.

El día no era mejor que el anterior, muchísima niebla, mucho mas echada que el sábado. Decidimos, por tanto, ir con las redes y no con la escopeta. Llegamos al pueblo hacia las 9:30, cogimos a la hurona, las redes y la escopeta, por si acaso. Salimos hacia el campo, y nos situamos en unas bocas cercanas a una tierra donde suele haber conejo. Tanteamos el terreno, vimos que estaba sobado y decidimos poner las redes. Las pusimos con cuidado, esto de poner las redes es todo un arte, si no lo haces bien el conejo puede escaparse.

Soltamos la hurona hacia las bocas y enseguida se mete como una exhalación, en busca de los conejos. Nosotros estábamos arriba esperando. Se oía pataleo, «hay conejo», pensé. Mi padre y yo nos miramos y nos pusimos en alerta.

Habrían pasado unos veinte minutos, cuándo un conejo quiso salir de la boca, pero se topó con la red. Yo me apresuré en cogerle y le saqué de la red. Mientras mi padre la colocaba de nuevo, sigilosamente, por si otro conejo se decidía a salir. Ya teníamos un conejillo en el morral, sorprende verlos tan grandes y hermosos.

Unos minutos después, otro conejo salía por la misma boca por la que salió el anterior, otro que cayó a la red. La hurona seguía sin salir, indicativo de que hay más conejos. Estuvimos esperando un buen rato, intentando escuchar movimiento bajo nuestros pies, pero no hubo suerte. Los minutos pasaban y la impaciencia se iba acrecentando. -«En cuánto asome le echas mano», dijo mi padre sigilosamente. Yo asentí con la cabeza y fije mi mirada en las bocas. Muchas veces, la hurona, mata dentro el conejo y le cuesta salir una barbaridad, ésta por lo menos sale, que hay muchos que ni eso.

Oí un pequeño ruido y vi a hurona asomar entre las redes. Baje rápido y vino a mi mano. «Qué dócil es», pensé. -«Ya está aquí», le dije a mi padre y empezamos a recoger las redes.

Nos fuimos a unas bocas cercanas, casi no se veía más allá de cincuenta metros, la niebla era muy espesa. Mi padre llevaba el saco con los conejos y las redes, yo llevaba la hurona, metida en el canalón que le tenemos preparada para transportarla.

Cuando llegamos al sitio indicado, empezamos a colocar las redes. Había unas cuatro o cinco bocas. Las huras estaban sobadísimas, muy recientes. Todo hacía indicar que allí había conejo. Meto la hurona en una de las bocas y espero.

Mi padre estaba oteando unas bocas un poco más adelante. De pronto se empezó a oir un estruendo bajo mis pies, el suelo llegaba a temblar, vaya batalla estaban teniendo conejo y hurón ahí abajo. Impresionante. Duró unos pocos segundos, yo pensaba que el conejo saldría, ya que el sonido se dirigía sin duda hacia la boca. «Ya pilló pieza la hurona», pensé. Y le hice un gesto a mi padre para que viniera. Seguimos esperando y allí no se oía nada, cuando se nos empezaba a agotar la paciencia un conejo salió por una de las bocas y se enredó en la red. Yo me tiré a por él. Me costó una barbaridad desenredarlo y en ese instante un conejo dejó verse las orejas en la oscuridad de la boca. Al verme a mí se volvió hacia adentro, prefiriendo la muerte en las garras de la hurona.

Colocamos de nuevo la red y mi padre subió arriba conmigo. Estábamos expectantes a lo que pudiera pasar. Pero lo gordo estaba por venir. Un conejo salió como una bala, salió a tal velocidad, que la red no fue capaz de enredarle, libró con ella una pequeña guerra de 2 segundos y yo no pude más que observar atónito lo que estaba ocurriendo. El conejo logró soltarse y fue gritando libertad delante de nuestras narices. «Grandioso», pensé mientras me reía. Increíble que se nos haya escapado ese conejo. Pero aún había más, mientras en nuestras caras se reflejaba la incredulidad de lo sucedido, un conejo asomó las orejas, nos vio y se dio la vuelta. Detrás debía tener a la hurona porque apenas unos segundos después salió escopetado. La red, esta vez, sí lo atrapó. Cuando cobramos la pieza, pudimos observar las heridas de guerra que había librado dentro de la madriguera con la hurona. Cuando la bichina salió, fui a por ella para irnos hacia otro lado. En su cara, más de lo mismo, un montón de heridas, provocadas por los conejos. Venden caro su pellejo.

Se había quedado una mañana magnífica, de esas en las que apetece estar en el campo. Me quité los guantes y el gorro.

-«Miramos otro par de bocas y nos vamos», dijo mi padre

-«Vale, vamos a mirar a ver si hay alguna boca sobada en la ladera de los pinos», le respondí yo.

-«Sí, ahí vamos. Yo creo que no va a haber nada, pero bueno», asintió mi padre, la voz de la experiencia.

Llegamos allí y dimos una vuelta por la ladera, íbamos mirando las bocas. Pero como bien dijo mi padre, había muy pocas sobadas. El olor de los pinos, me transporta a mi infancia, a aquellos veranos en los que no parábamos de hacer casetas en todos los lados, aprovechábamos cualquier lugar incluso entre los pinos de las laderas. ¡Qué recuerdos!

Decidimos no meter a la hurona y nos fuimos poco a poco hacia casa, ya casi no había niebla. Muy cerca ya del pueblo, optamos por mirar unas bocas y recordando el lance del conejo que se nos había escapado y riéndonos de nosotros mismos, fuimos colocando las redes poco a poco. Había unas zarzas que cubrían unas bocas, las aparté con mis botas para poder poner la red, pero terminé pinchándome con sus afiladas puntas.

-«¡Habrás colocado bien las redes! ¿No?, dijo mi padre sigilosamente.

-¡Que sí, ya verás cómo por aquí mo se escapa!, le contesté mientras contenía una carcajada.

Metimos la hurona y nos pusimos encima a esperar, no hacía nada de frío y el lorenzo pegaba con fuerza. Este bardo sería el último que miraríamos pues nos esperaban para la hora de comer en casa.

Llevaríamos más de veinte minutos de espera y ya nos venían a la cabeza viejos fantasmas. «Justo en la última boca nos la va a liar», pensé. La hurona es muy buena cazadora, y cada vez lo hace mejor. Dicen que los primeros años de vida de los hurones, no cazan ni para él ni para el amo. Después cazan para el amo, pues su estrategia de captura no es tan buena y aunque sus dotes ya son de buen cazador los conejos se les escapan por las bocas. Y los últimos años cazan para ellos y no dan tregua a los conejos, su estrategia táctica es perfecta y saben por donde acorralar a los conejos y es muy probable que maten dentro de las huras. Dándose un gran festín, con siesta incluida. Mi hurona aunque mate dentro, es de las que la llamas y sale, pero ya te toca estar unos cuántos minutos pringado, y acercándose la hora de comer, no era mi plan favorito, desde luego.

Seguía pasando el tiempo, y ahí no se oía nada. Estábamos a punto de empezar a recoger las redes y llamar a la hurona, cuando de pronto se empezó a ir un correcalles. Seguramente el conejo se le habría culeado, tapándole a la hurona la salida de la boca y solo pudiendo atacarle en la parte trasera. El caso es que el pataleo se oía continuo, serían unos pocos segundos desde que empezó a mi espalda, pasando por debajo de mis pies y prolongándose hacia la boca. «Ahí está», le susurré a mi padre, y me coloqué en posición. El conejo salió con una potencia endiablada y se atrapó en la red. Rápidamente baje, lo desenredé y le di la red a mi padre. Como bien comentaba, el conejo salió con la culera arañada y la hurona con el hocico y las garras llenas de pelo.

-«Están resabiados estos conejos ya», le dije a mi padre.

-«Venga, no dejes que se meta otra vez la hurona a la boca y nos vamos», me comentó mi padre mientras recogía.

Así lo hice, cogí la hurona y la guardé. Recogimos las redes y nos marchamos hacia casa. El hambre ya hacía mella. Vaya conejos más hermosos que habíamos capturado. Otra jornada perfecta de campo. Ni me canso, ni me cansaré.


Seguir leyendo… Día 4, Sábado, 18 de Noviembre de 2017 (Disponible en el libro «Crónicas de un Cazador», ¡Resérvalo ya!)

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